viernes, 11 de marzo de 2011

VITAMINA Nº 41

UN SUEÑO

Ana siempre soñaba con agua. Desde su niñez, todos sus sueños tenían que ver con el agua. A veces, cuando al despertar los recordaba vivamente, le decía a su madre: "He soñado que nadaba bajo el mar, y que veía ciudades sumergidas", o "Anoche he visto en un sueño que hay gente viviendo entre los peces y las algas". Por supuesto, su madre sólo pensaba que tenía una hija muy fantasiosa e imaginativa.

Esto le extrañaba un poco, porque vivían en un pequeñísimo poblado de pescadores en la costa Norte de España, no muy cerca de San Sebastián y casi llegando a la frontera con Francia.

Prácticamente aislada del mundo, y de una sencillez pueblerina, la gente de aquél lugar sólo hablaba de cosas de la vida, sus quehaceres y trabajos, y tal vez, de política, aunque las novedades no llegaban muy rápido hasta ellos.

Pero Ana siempre, siempre soñaba maravillosas escenas con agua. Adoraba ir a sentarse frente al mar, en una pequeña bahía con una franja estrecha de arena entre la orilla y las duras y escarpadas piedras del acantilado. Su mente se escapaba volando, o nadando, mientras ella entonaba canciones inventadas, sobre delfines, y caracoles, y campos de coral.

Entretejía historias de hijos del mar enamorándose de muchachas de la tierra, pescadores hechizados por las sirenas o tesoros descubiertos en un naufragio. Iba todas las tardes a sentarse en su playa escondida, y desaparecía largas horas de su casa. Muchas noches, le decía a su madre "Me enamoraré y me iré lejos, pero te veré desde ahí donde esté, mamá". La madre, seguía pensando que su veleidosa hija soñaba demasiado, pero sonreía.

Una noche, Ana no volvió a su casa, ni tampoco lo hizo un día, un mes, o un año después. En realidad, nunca más se supo de ella. Su madre estuvo triste, pero de una forma extraña, no demasiado triste. Nadie comprendía su actitud, pero solía decir "Mi Ana está bien, está feliz, yo lo sé".

Se inventaron historias de secuestro, de huida, de desapariciones fatales. Pero la madre de Ana, les decía siempre lo mismo. Con el paso ineludible del tiempo, todos olvidaron y siguieron con sus vidas.

Muchas estaciones después, cuando un atardecer brumoso la anciana madre caminaba hacia la playa entre las suaves sombras , tras ella venía un pescador del pueblo, con sus redes y canastos. La vio bajar hasta la arena, y sentarse en una piedra grande, casi sobre el agua. La anciana encendió un farol pequeño, se acomodó el abrigo, y comenzó a cantar una canción sobre seres del océano, algas y delfines que saltan sobre las olas. El pescador pensó "Pobre mujer, ha perdido la razón con tanta soledad", y siguió su camino.

Nadie vio cuando la anciana hizo brillar más la luz del farol, ni oyó que dejó de cantar un instante, para seguir luego, con más alegría pero suavemente, como acunando a un niño. Nadie vio cuando a la luz cómplice de la luna, tres cuerpos brillantes y hermosos surgieron desde el mar. Nadie vio tampoco, cuando la anciana tomó en sus brazos al más pequeño de los seres, y lo meció delicadamente. No hubo nadie que viera a Ana, bella y joven para siempre, abrazar a su madre con ternura, y ponerle en el cabello una ramita de coral rosado.

Tampoco hubo testigos del amor entre Ana y el Hijo del Mar, aquí con ellas. Cuando debieron irse, la anciana les dijo "Hasta mañana, amores míos, si no hay tormenta, aquí los esperaré". Ellos la besaron, y caminaron hasta pasar la suave rompiente, internándose en el mar. Agitaron las manos, y desaparecieron.

Nadie en el pueblo lo supo nunca. Nadie los vio jamás.

Dedicado a los que sueñan , y a las madres, que aman sin límites.

1 comentario:

PARECE SER QUE ESTE APARTADO ES PARA MENSAJE DE FORMULARIO, VEREMOS QUE ES.